Mirando en un reloj de arena
los segundos convertidos en granos.
Esos malditos granos que duelen al contarlos,
sigo obsesionado con ese momento...
en que me alejé de tu lado,
ante un abrazo inolvidable.
Dicen que el tiempo vence todo...
soy el testimonio de que no es así,
aún son puñales tus últimas palabras
y a la vez...
fueron las que me impulsaron a partir hacia la tierra de Cervantes.
Argentina y tu nombre...
tienen el mismo valor en mi corazón;
llevo en mi sangre la alegría del Jardín de la República
a pesar de haber nacido entre tangos y nieblas porteñas.
Fuiste la palabra reflexiva que me acompañaba
en el hospicio de cemento y macadam
y pido perdón por mis locuras, siempre han estado a flor de piel,
sé que he sido la oveja negra de esta familia.
Pero, como te prometí aquella noche de mi niñez,
nunca he tomado el camino equivocado
a pesar de haber vivido sobre el filo del cuchillo
y mis amistades nunca han sido muy legales.
Tus brazos eran el salvavidas perfecto...
en eternas tormentas de sentimientos.
Nunca terminaré de agradecer al cielo
que hayas sido mi Cruz del Sur,
tu ternura vivirá eternamente en mí
y tu regocijo con sabor a caña de azúcar.
Raúl Bulacio